Hola! gracias a dos ideas de mi gran amiga Liliana, les dejo este relato, que por lo largo (no lo es tanto) lo dividiré en dos partes. Es un relato que escribí para el reto del mundial de escritura que estoy participando. Es una historia medio cierta y medio de ficción. No sé si se debe explicar esto, pero bueno ahí va.
LIBROS PERDIDOS
Uno de esos sábados llenos de nubes y con el sol peleando para asomarse, fui a la búsqueda de libros de una lista que había tomado de un texto sobre París. Tenía menos de dos semanas de haber regresado de esa ciudad encantadora en la que viví por una temporada. Cargaba nostalgia atravesada, había conocido el amor intenso en esa ciudad, de esos que te cambian, te transforman, era otra mujer de esa estancia en París. La nueva yo, había adoptado la obsesión de la lectura, quería el día y la noche disponible para leer. Mi plan era regresar por medio de las letras a París, por casualidad cayó en mis manos un artículo que tenía referencias de muchos libros sobre la maravillosa ciudad de mí amor. Allí estaba yo, anotando en mi libretita morada, los nombres de esos libros que me llevarían de nuevo a las calles parisinas.
La historia de comprar todos los libros sobre esa ciudad brillante y alucinante era perfecta, pero necesitaba mucho dinero, así que fui a mi calle favorita de Caracas, la Av. Fuerzas Armadas, debajo del puente, estaban los quioscos llenos de libros usados. Entre el tráfico, los comercios, la gente caminando de un lado a otro, estaba el paraíso. Los libros usados tienen ese secreto, esa historia personal de haber estado en otras manos, en otros estantes, en otras bibliotecas. Dedicatorias escuetas, dedicatorias profundas, anotaciones y remarcaciones fabulosas o inentendibles. Esos libros tienen historias sobre historias. Además, otra maravilla de ese lugar, son los libreros, esos personajes parecidos a un monje o a un duende. Que se han leído todos los libros que tienen y más, además, siempre tienen una recomendación a la mano y si no tienen el libro que buscas, seguro saben dónde lo puedes encontrar.
Allí llegué ese sábado, con mi libreta morada, mi lista con mi letra pequeñita: “La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” de Alfredo Bryce Echenique, “La vida de Rubén Darío escrita por él mismo” de Rubén Darío, “París era una fiesta” de Ernest Hemingway, de Daniel Mordzinski “La ciudad de las palabras”, de Julio Ramón Ribeyro “Prosas apátridas”, y de Renato Rodríguez “Al sur del Equanil”. Paseaba por cada estante, buscaba en silencio cualquiera de esos libros, no importaba, quería historias, quería leer sobre París, no los encontraba, hasta que llegué a uno de los puestos y un señor con una barba larga y blanca (era de los duendes pensé), se acercó, me preguntó qué buscaba y yo me sentí muy conocedora de la literatura, aunque realmente no conocía nada de lo que estaba buscado, le mostré mi lista, y me dijo tengo “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz”, es la segunda parte de un díptico, me explicó el señor duende, yo asentí como si sabía de lo que hablaba, le dije que lo quería igual, allí estaba el señor sumergido entre libros de todo tipo, nuevos, sucios, viejos, rotos, hasta que saca el libro en cuestión, lo limpia con una servilleta y me lo entrega, un libro regordete, una versión de bolsillo, las páginas de esa textura áspera como de lija, amarillentas, y tenía un olor de guardado, de polvo olvidado.
Wuao! Que bonito escribes! No pares, quiero seguir leyéndote…
Espero esa continuación